Los “Once cuentos caníbales II”.
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¿Luz al final del laberinto?

Como una primicia publicamos el prólogo de los cuentos “Once cuentos caníbales II”, que será lanzado en el próximo mes de enero del 2026.

Por Adalberto Bolaño Sandoval

¿Hasta dónde este cuentario responde a las preguntas que se hiciera Guillermo Tedio en su trabajo académico “El cuento caribe colombiano: poéticas historia e identidad”, relacionadas así: ¿Cuál ha sido el origen, evolución y desarrollo del cuento Caribe colombiano? ¿Cuáles son las poéticas expresas o implícitas que lo construyen? ¿Cuáles son las ideologías y visiones del mundo que expresa? ¿Contiene rasgos identitarios socio-culturales del hombre caribe?

Para un cuentista de fuste, Jairo Mercado Romero, en el prólogo a su Antología del cuento caribeño, de alguna manera responde y encuentra algunos elementos de identificación al respecto (cito textualmente): carnavalismo (o carnavalización), liberalidad, irreverencia, musicalidad, la palabra hablada, gusto por lo espontáneo y lo natural, desafecto por la retórica embrollada, afán histriónico y lúdico, conjugados a través de una estirpe popular.

Estos hallazgos los consiguió luego de seleccionar (junto con Roberto Montes Mathieu) las 62 ficciones de esta maravillosa y precursora selección.

Yo no sé si el lector que tiene este libro en sus manos encontrará estas huellas. Por lo menos no ahora. ¿O sí? Es más, tengo una propuesta: lo reto a que encuentren estas y muchas más. Porque, por lo que entiendo de mi lectura, pude encontrar algunas más.

Y el asunto tiene una raíz, o dos más: el mundo ha cambiado mucho más (desde el narrativo y el de otras especies) bajo el influjo de esta globalización omniabarcante y prepotente, volviéndolo cada vez más ancho y ajeno. Y ello se observa mucho más en ese libro, muy a pesar de que cronológicamente la Antología del cuento caribeño, llega  hasta autores (Efraim Medina y J. J. Junieles) que ahora mismo son un poco contemporáneos con algunos de los autores que publican en Los once de Calibán II (el mismo Guillermo Tedio o José Luis Garcés).

Once cuentos caníbales II.

Pero continuemos: en un primer comentario al primer tomo de Los once de Calibán, aparecido este año, encontraba un elemento característico: lo exteriorista en la escritura de esos relatos, especialmente en varios de ellos, aunque exaltaba lo interiorista en dos. Todo ello porque he venido planteando que, en muchos de los libros publicados bajo la serie denominada Cuentos felinos, publicados mayormente por la Universidad del Magdalena, son narrados desde esta mirada de afuera.

Inclusive, ello sucede en muchos (¿la mayoría?) de los cuentos publicados en la Costa Caribe colombiana. Me pregunto entonces: ¿es algún problema teórico mío, o de gustos y colores, o de otro tipo de caracterización?  No sé. Tengo esa idea o hipótesis, nacida en este año a partir de la comparación con otros relatos de otros escritores colombianos. En todo caso, lo que importa es la alta calidad de todas estas colecciones del Caribe colombiano.

Y continuando con los retos, en este tomo, que el lector gozará, se tropieza con un amplio marco de temas y propuestas narrativas: quizá ese ejercicio de interiorización lo muestra Martiniano Acosta en “Alejarse sería otra forma de ser libre”, donde lo tenebroso y lo animalesco se conjugan bajo una mirada polifónica. Si los supuestos límites de los cuentos es el de una narración de una historia principal y otras secundarias, este los viola. 

Otro punto: si se pudiera realizar una lectura temática de estas narraciones, no se podría lograr, porque allí cunden muchas situaciones y motivos de lo más dispares, propio de mentalidades y propuestas cuentísticas diferentes.

¿Cómo no pensar en los minicuentos de Jorge Campo, por ejemplo, que dejan, seis a diez líneas, la sonrisa a medio lado, la incomodidad, o como indica en uno de sus títulos, “la confusión”? ¿O cómo no pensar en el juego laberínticamente sutil de José Luis Garcés González, quien guiña el ojo a las narraciones de Guillermo Tedio y Clinton Ramírez en “No hay luz al final del laberinto”, a partir de las capas literarias que proponen como recursos? No es la primera vez que estos tres escritores revelan el adentro y el afuera de sus “realidades” ficcionales.

Irónicamente, con relación a las situaciones dispares, pensemos en tres cuentos desde la infancia. Uno de ellos, “La fotografía de la señorita Vivi”, nos pone a pensar en los sondeos del alma de uno de los alumnos de ese colegio donde esta profesora realiza sus labores con esos niños que la aman, y que, como siempre, cuenta en el salón con esos estudiantes “caspa”, tóxicos, y que desean hacerle mal a cualquiera de sus compañeros o a ella misma. Jaime Cabrera González dibuja ese día con gran talante.

Y esa misma mirada desde la niñez es la que sucede en “Valentía”, de Nadim Marmolejo Sevilla, en el que dos hermanos, de diez y siete años, respectivamente, les toca asumir el papel de adultos en una finca bananera de su propiedad, ante la mordedura de una serpiente y posterior incapacidad de su padre.

Allí el hermano mayor se regodea en la angustia de falsos imaginarios. O en “La visita del abuelo”, donde Sara Martínez cuenta la historia de Alicia, esa niña a quien se le muere el abuelo y a cuyo entierro nunca pudo ir. La imagen de la memoria que sube como un ascensor es muy inteligente. 

Esa memoria del pasado, se halla también, pero de otra manera, en “Esas pequeñas cosas”, donde esa viuda que dibuja la escritora Aurora Montes, la muestra solitaria ante la muerte reciente de su marido, acaso redundante, acaso feliz, perfilando entre sus cuitas una soledad ahora discernible. ¿Cómo será desde ahora? ¿Cómo afrontarla? 

Como parte de esas situaciones “extrañas”, Amaury Pérez Banquet y Clinton Ramírez enfrentan dos cuentos situados en dos polos: la acción, en el primero, y la quietud en el segundo. En “El Extraño”, Pérez Banquet encara la historia de Carmelo, un individuo a quien le gusta andar con un solo zapato y orinarse los árboles y abrazarlos, para, mediante ambas opciones, estar más cerca de la naturaleza.

Y el de Clinton Ramírez, en “La ciudad de todos los veranos”, y tal vez recordando al Ítalo Calvino en su ensayo “Lentitud”, de su libro Seis propuestas para el próximo milenio, busca, paradójicamente, darle libertad al lenguaje del peso y la pesadez, y desprenderse de las ataduras de lo cotidiano y lo mundano. Quiere, tal vez, como reza en el mismo cuento: “Mis palabras intentarán torcer la realidad, hacer de ella un compuesto de partes irreconocibles”, según palabras del narrador. ¿Lo logrará?

Y mencionar la realidad, jugar con ella y conjurar los golpes de esta, es lo que consigue Guillermo Tedio en “La mascarada”. Haz y envés, como en la narración de Clinton Ramírez, Tedio conjura los doppelgänger, esos caminantes dobles, con ese periodista, Torres, del diario La Verdad, buscando una noticia llena de sangre como última oportunidad para su equilibrio laboral y familiar, al tiempo que el hijo del dueño del periódico disfruta de su libertad laboral.

Noche bizarra de Halloween que recorre Torres, en el esponjoso tercer mundo nuestro, sin prever nada.

Y cierra el cuentario Ignacio Verbel Vergara, cuyo “Encuentro” señala su lejana estirpe con “El otro”, de Borges, al encontrarse su narrador en un sueño, en una duermevela, entre una realidad de ser y no ser, con Tomás Moro. Surgen allí la iluminación de la cultura, el pensamiento renacentista, bajo la todavía sombra política-religiosa de la oposición.

Como se puede observar en estos guiños introductorios, estos Cuentos caníbales II nos trasladan a otros mundos, generalmente cercanos, pero que adoptan giros, respiraciones, universos diferentes y aparentemente parecidos, aunque la originalidad de cada autor ofrece su consiguiente vuelta de tuerca, con unos personajes que dibujan el temor y los temblores de los seres humanos, o que también suelen chocar o burlar sus destinos.

Esperemos que los lectores disfruten de este conjunto de relatos de la mejor calidad.

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